viernes, 16 de agosto de 2013

Zapicán tiene Casa de la Cultura...

Zapicán tiene Casa de la Cultura
En una tarde de alegría para la localidad, el Intendente Municipal de Lavalleja, Enrique Sención, en compañía de la Secretaria General Dra. Verónica Machado y el equipo de gestión municipal, dejaron inaugurada la nueva y moderna Casa de la Cultura para la localidad de Zapicán. Informe completo en la página de la IML

ZAPICAN DE PUERTAS ABIERTAS..............

EN ZAPICÁN, SEBASTIÁN CABRERA Las horas pasan lento en la comisaría de Zapicán. La estufa a leña cruje y la mujer del policía, en silencio, mira la tele hace ya un buen rato. El teléfono no suena, nadie entra. Hay dos esposas colgadas en el llavero de la pared desde hace meses, nadie recuerda bien cuántos. Y seguirán ahí, nadie sabe bien cuánto tiempo. "Acá no hay robos, muchacho", sonríe el policía. Y, sorprendido, pregunta: "¿Qué los trae hasta este lugar?". Zapicán, en el norte del departamento de Lavalleja, está a unas tres horas de Montevideo pero parece que hasta acá no llegan ni los ladrones.
A un par de cuadras de la comisaría está la casa de María Píriz y allí hay una prueba irrefutable de que Zapicán es un lugar bastante seguro. La moto, a unos 20 metros de la puerta, está siempre con la llave puesta. La casa de Píriz es una de esas viviendas de Mevir rodeada de tantas otras viviendas iguales de Mevir. Ella es ama de casa y su marido alambrador en la zona. Lo de las motos es una costumbre local: todas están siempre con la llave puesta, aunque su dueño esté lejos de allí. Y con los autos pasa lo mismo. Píriz relata que incluso por la noche deja la moto con la llave, bajo el alero de la casa. "¿Y qué va a pasar? Si acá somos todos conocidos", dice ella. "Si roban algo, será algún animal en una estancia. Una moto seguro que no".
Camino un poco y enseguida me siento observado, la gente me mira. No vienen muchos forasteros acá y está claro que esa es parte de la seguridad: la gente ya sabe cuando alguien no es del lugar y avisa. En Zapicán -un pueblo rodeado de sierras en la cuchilla de Palomeque, con 554 habitantes según las cifras provisorias del censo, aunque en 2004 eran 640- no hay rejas, alarmas, botón de pánico ni cercas electrificadas, el último grito de la moda en seguridad en Montevideo. A nadie se le ocurre cerrar una puerta con llave o mirar por el agujerito antes de abrir. Acá el asesinato del pizzero de La Pasiva no preocupa. Tampoco la baja en la edad de imputabilidad ni las nuevas medidas de seguridad que planteó el gobierno. Acá preocupan otras cosas. Que el tren nunca volvió a pasar. Que los jóvenes se siguen yendo y hay liceo solo hasta tercer año. Que no hay muchas salidas laborales. Que no hay un juzgado de paz donde casarse, registrar un nacimiento o un fallecimiento. Que para hacer esos trámites y otros trámites hay que ir a Batlle y Ordóñez, una localidad vecina que está a 30 kilómetros. Y sienten que Uruguay se olvidó de Zapicán, siete años después que Tabaré Vázquez hizo el primer Consejo de Ministros abierto (y después volvió en 2009). Sí, algunas cosas mejoraron: aquel Consejo de Ministros dejó una mejor policlínica, una antena de telefonía celular, una ambulancia y algunas viviendas de Mevir. Y poco más. Las promesas de mejorar la polvorienta ruta 14 que une al pueblo con la ruta 8, de reabrir oficinas públicas y la estación de servicios, de hacer residencias para estudiantes, de revitalizar el ferrocarril, de dar más incentivos para el agro, quedaron en eso: promesas.
Pero los habitantes de Zapicán -caciqueños es el gentilicio- se enorgullecen de vivir en el pueblo más seguro del país. En 2011 la comisaría no registró ningún delito, según una estadística del Ministerio del Interior proporcionada a Qué Pasa, en base a hurtos, rapiñas, homicidios y suicidios denunciados por localidad. La estadística no incluye abigeato o contrabando. En el mismo período y según la misma fuente, otras localidades con cantidad similar de habitantes sí registraron delitos. Así, por ejemplo, Curtina en Tacuarembó (1.037 habitantes) tuvo 11 hurtos, Piedras Coloradas en Paysandú (1.094 habitantes) tuvo 14 hurtos, 18 de Julio en Rocha (977 habitantes) tuvo 12 hurtos y tres homicidios, San Antonio en Salto (877 personas) tuvo 19 hurtos y Pueblo Juan Soler en San José (con 343 habitantes) recibió 63 hurtos. Hay otras comisarías con cero delito, como la de Zapicán, pero son parajes rurales bastante más pequeños. En los hechos, sin contar algún caso puntual de abigeato en la zona rural, el último hurto registrado en Zapicán ante la comisaría fue al club hace un par de años. Una vez robaron allí cigarros pero eso fue "cosa de gurí", dice un policía. Y otra vez se llevaron de noche unas cuantas botellas de whisky y de vino. Ese caso fue más grave y movilizó a los 10 policías de la seccional e incluso a personal de la vecina Batlle y Ordóñez. Un par de días después encontraron la mercadería en una casa donde se estaba alojando una cuadrilla de monteadores que no eran de Zapicán y trabajaban en la zona. Uno de los policías cuenta que la tranquilidad también reina en la vecina "Batlle", que -con unos 7.000 habitantes- tuvo solo 11 hurtos y una rapiña en todo 2011. Para hacerse una idea, Sarandí del Yi en Durazno también tiene una población que ronda las 7.000 personas y allí hubo 62 hurtos y una rapiña el año pasado. En "Batlle", incluso, hay una barraca que de noche deja todos los productos en la vereda sin candado. Y nadie le roba nada. Hace tres meses un hecho alertó a los caciqueños. Una noche hubo baile y vino gente de afuera. Algunos de ellos rompieron 10 bancos de portland de la plaza principal. "No estamos habituados a ese tipo de cosas", dice el presidente de la junta local, Alvaro Carrasco. En el verano de 2006 Qué Pasa visitó Zapicán para saber cómo estaba el pueblo casi un año después del Consejo de Ministros. Y no había cambiado mucha cosa. El nombre de Zapicán volvió a sonar en 2008 por un supuesto "lobizón" que -algunos caciqueños decían- rondaba el pueblo por las noches. Carrasco dice que el tema "empezó como broma y, después de haberlo repetido tanto, mucha gente se hizo una fábula, se la creyó y hubo una preocupación real".
El caso tuvo tal notoriedad que por unos días volvieron los periodistas y los medios de comunicación montevideanos. Y, también por unos días, la gente cerró la puerta con llave. Una fuente de la comisaría dice que lo del lobizón arrancó con dos muchachos que habían vuelto de Montevideo, andaban "en la droga" y empezaron a armar barullo con esa historia. Y todos los siguieron, al punto que las primeras noches hasta 40 chiquilines salían a "cazar" al lobizón por los alrededores del pueblo. Pero después la gente se aburrió, la prensa dejó de venir y el tema quedó en el olvido. Carrasco dice que esa historia terminó dando "una imagen de ignorancia" sobre los caciqueños. LOS CHÁVEZ. Cuando uno le pregunta a alguien de Zapicán si recuerda cuál fue el último delito más o menos importante, la respuesta suele ser un largo silencio. No se acuerdan. Y después mencionan una desgracia que ocurrió hace cuatro años cuando se enfrentaron dos hermanos, los Chávez, y uno de ellos mató al otro de un tiro. Pero fue un problema familiar. La casualidad quiso que justo ese mismo día un muchacho se accidentó en una moto y falleció a las horas. Dos muertos en un día, demasiado para la calma a la que están habituados los policías locales. Zapicán, que en guaraní significa "sereno en el combate", fue fundado en 1891 y debe su nombre a uno de los caciques charrúas. Una estatua que representa a ese cacique está a la entrada del pueblo y también hay un retrato de madera en la placita frente a la escuela. Allí algunas señoras esperan que toque la campana del mediodía. Una de ellas es Alexandra Gutiérrez, quien vivió los últimos 10 años en la Cruz de Carrasco, en Montevideo, y hace unos meses regresó al pueblo. Dice que lo hizo por su hija adolescente. "Ella estaba muy asustada. En la puerta del liceo 20 había robos, mal ambiente. Y eso que el 20 está en una zona buena", dice Gutiérrez. "Allá en Montevideo no podés salir a la calle, es bravo". A pesar que en la capital tenía trabajo seguro como empleada doméstica y acá vive de changas, Gutiérrez no dudó en volver. Ganó en calidad de vida. Además en Zapicán todo es más barato y, si un día no tiene plata, el almacenero le anota en la libreta. "Allá en Montevideo si no tenés tarjeta no podés pagar nada", apunta la madre de Alexandra, María Villalba. Les pregunto si es verdad que nadie cierra la puerta y se ríen. Dicen que sí, que es así: "¡Las 24 horas! Y los autos con la ventanilla baja". Me cuesta un poco creerlo y le pregunto a Villalba si ahora mismo dejó su casa con la puerta sin tranca. Ella se ríe otra vez y, para despejar las dudas, la acompaño hasta allí. Caminamos cuatro cuadras por calles de pedregullo, las últimas en subida. Cuando llegamos a una modesta pero acogedora casa de techo de chapa, ella abre la puerta sin pasar la llave ni nada. "Lo dejo así nomás, ¿ves?". Se supone que Montevideo también era así hace cinco o seis décadas. Los montevideanos éramos más libres: no había que mirar para los dos lados antes de salir, no había que preocuparse si dejábamos la casa sola o si los niños estaban jugando en la calle. El médico y edil frenteamplista Miguel Paradeda me diría después que "Zapicán no es atractivo para el malandra, no es negocio venir acá a robar y disparar rápido". Bajito y de bigote, Paradeda es un referente local, a pesar que Zapicán es un baluarte blanco. Anda siempre con las manos en los bolsillos y cada poco rato deja ver su sonrisa pícara. "Es un problema demográfico, que somos pocos, y de distancia, que estamos lo suficientemente lejos de la capital", argumenta Paradeda. Las salidas laborales no son muchas en este lugar: trabajar en alguno de los pocos comercios, en alguna de las pocas oficinas públicas, en la ganadería o la forestación. Y hay expectativa con la minería, ya que el pueblo está a 30 kilómetros de Valentines pero no hay ruta directa. Cuando uno viene desde Montevideo sorprende la vía de tren que, serpenteante, cruza seis o siete veces la ruta 14 durante unos 20 kilómetros. El tren de pasajeros hace décadas que no llega, pero de vez en cuando sí pasa alguno de carga. Y ahí en la ruta 14 que bordea Zapicán está el parador La Casona, el único restaurante de la zona. Funciona hace 12 años y, claro, nunca fue robado. Federico, su dueño, se encoge de hombros y dice que "no faltará oportunidad" de que lo roben. Pero parece difícil que eso suceda. A esta hora la casa de la directora de la escuela también está abierta, aunque ella se encuentra en clase. "Me fui a las siete de la mañana de casa y dejé la puerta sin llave", dice la mujer, como si fuera lo más natural. Ella no recuerda un solo robo en su localidad. "No, la verdad que no", dice, después de pensar unos segundos. Justo hoy vino de visita la inspectora de Lavalleja y preguntó dónde dejar la cartera "porque en algunas escuelas las guardan dentro de un mueble". Pero no en la escuela 15 de Zapicán, acá la cartera se deja en cualquier lado. "No pasa nada", le explicó la directora. Y tampoco pasa nada con la comida: en una esquina hay un paquete de galletitas Bridge cerrado, tirado en el piso. Lo dejó un niño allí para la merienda y a nadie se le ocurre robarlo. No muy lejos de la escuela funciona el "Nuevo Almacén", que de nuevo tiene bastante poco. Y vende de todo: desde nafta hasta galletas, masitas o carne. De fondo suena una cumbia y "Chiquita", una señora mayor, compra un poco de maíz y carne mantenida con sal gruesa. Bettina, la dueña, dice que también dejó su casa abierta. Lo cuenta, piensa un poco y después advierte que "ahora se van a venir todos de Montevideo a robar acá". Como para contrarrestar eso, Bettina relata que hace como dos años entraron de noche al almacén y se llevaron un termo y mate y alguna cosa para comer. AL AIRE. En la radio local, FM Horizonte 102.3 FM, están ansiosos. "Bienvenidos al paraíso", me dice Joaquín de los Santos, director de la emisora y comerciante local. "Mirá que te voy a entrevistar", advierte. Al minuto estoy sentado en el estudio, un salón de techos altos y paredes algo descascaradas, repletas de banderas y fotos. De los Santos me presenta al aire y le cuento que para un montevideano es raro estar en un lugar donde la paranoia por la inseguridad no existe. -Así es, Zapicán es uno de los pueblos con más seguridad del país -replica él, orgulloso-. Acá se sigue la usanza antigua de dejar el auto y la casa con la puerta abierta, sin peligro ninguno. Salimos a la calle tranquilos de que volvemos y encontramos todo como estaba. -Es muy interesante que aún hoy en día en Uruguay siga habiendo lugares como este. Está bien, también tendrán otros problemas. -Sí, claro. Pero fijate que ayer un vecino perdió de noche el celular en un trayecto de dos cuadras. Lo dijimos al aire, no habían pasado ni 20 minutos y recuperó el teléfono. -¿Y qué les preocupa a ustedes? -le pregunto-. Porque ya sabemos que la inseguridad no es una preocupación. -Pienso que los servicios que presta el Estado no son suficientes. Desde hace cuatro años está estipulado que en Zapicán va a haber un CAC, un Centro de Atención Ciudadana, que permita que no tengamos que movernos a Batlle y Ordóñez para pagar una factura de Antel o de UTE. Es inaudito que todavía no lo tengamos. Se han olvidado de nosotros. De los Santos dice que la imposibilidad de hacer trámites es uno de los debe de Zapicán. Pero una de las cosas que sí dejó el Consejo de Ministros de Vázquez es una enfermera. Se trata de Barbara Briano, quien es de Pando y vive acá hace siete años. Ella está tan acostumbrada al estilo de vida en las sierras que, cuando va de regreso a ver a su familia a Pando, tiene problemas. Sale a dar una vuelta y siempre deja todo abierto. "Y allá me dicen de todo", cuenta. Briano dice que los caciqueños miran asombrados los noticieros de la tele. "Para ellos ir a Montevideo es como que los mandes al lejano oeste". Paradeda, el médico local, lo ratifica a las carcajadas: "La gente dice `no te vayas a Montevideo que si no te roban, te matan. Si no te matan, te violan`". La junta local es una de las pocas oficinas públicas que funciona, además de OSE y el Correo. Hace años estaba UTE (ahora solo viene un funcionario a cobrar las facturas una vez al mes), la DGI, un juzgado de paz y hasta el Banco Casupá. A media tarde hay cuatro funcionarias en la junta. Una de ellas, que pide no ser identificada, dice que es mentira que haya tanta seguridad en Zapicán. "Algunas cosas pasan acá. Mucho más que antes", advierte y pone rostro serio. Relata, preocupada, que a un vecino de Mevir le robaron leña hace no mucho y que a una señora mayor le llevaron algunos alimentos del galpón del fondo de la casa. Claro, el galpón está abierto día y noche. Pero la funcionaria admite que hay otros temas más preocupantes, como eso de vivir aislados de todo. En unos pocos años quizás Vázquez sea presiden te otra vez. Y quizás vuelva a hacer otro Consejo de Ministros acá. Y quizás Uruguay vuelva a mirar por un ratito hacia este pueblo al norte de Lavalleja. Pero, mientras tanto, los caciqueños se conforman con vivir en un lugar bastante seguro. Que no es poca cosa. La promesa a "filipino" En la campaña de 2004, Tabaré Vázquez pasó por Zapicán y dicen que Fernando "Filipino" Fernández -hoy fallecido, entonces era el cuidador de la plaza- le preguntó: "Si llega a ganar, ¿usted va a volver?". Vázquez le dijo que sí y, no solo eso, dijo que haría allí un Consejo de Ministros. El resto es historia conocida. Vázquez cumplió con su palabra. Pero la mayoría de los reclamos de los caciqueños "quedaron en el cajón de los recuerdos", dice hoy el conductor radial Joaquín de los Santos.

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